Marta, con su risa que sonaba como el trinar de los pájaros y sus ojos que brillaban como estrellas, era la hija del panadero. Su padre era un hombre amable y trabajador, conocido en todo el pueblo por su delicioso pan. Marta heredó su dulzura y bondad, y era amada por todos.
Tomas, por otro lado, era tan fuerte y valiente como el acero forjado por su padre, el herrero. A pesar de su fuerza, Tomás tenía un corazón suave y amable. Era conocido en todo el pueblo por su valentía y su disposición a ayudar a los demás.
A pesar de sus diferencias, Marta y Tomás se enamoraron. Pasaban horas juntos, compartiendo risas y sueños, sus corazones latiendo al unísono. Pero había un problema: sus familias eran rivales desde hace generaciones y no permitirían su unión.
Intentaron convencer a sus familias, pero fue en vano. Sus padres estaban atrapados en el pasado, incapaces de ver más allá de su vieja rivalidad. A pesar de su amor, Marta y Tomás estaban destinados a estar separados.
Pero en lugar de rendirse, decidieron amarse en secreto. Cada noche, bajo el manto de estrellas, se encontraban en el bosque, lejos de las miradas indiscretas. Allí, en su pequeño rincón de paz, su amor florecía.
Pero un día, fueron descubiertos. Sus familias, enfurecidas, los separaron. Marta y Tomás estaban desconsolados. A pesar de su dolor, prometieron amarse eternamente, sin importar las circunstancias, Marta miraba al cielo, buscando a Tomás en las estrellas. Y cada día, Tomás miraba al cielo, buscando a Luna en las nubes. Aunque no podían estar juntos, su amor era tan fuerte que trascendía el tiempo y el espacio.
Esta es la historia de Marta y Tomás, un amor imposible pero eterno. Aunque no pudieron estar juntos en vida, su amor vive en cada amanecer y anochecer, recordándonos que incluso en la adversidad, el amor siempre encuentra una manera. Aunque estaban separados, su amor era tan fuerte que iluminaba el cielo, recordándonos a todos que el verdadero amor nunca muere.
Por Fran Marquez