Miguel, un joven aventurero. Un día, decidió embarcarse en un viaje a Italia, un país que siempre había soñado visitar. Llegó a Roma, la ciudad eterna, con su mochila llena de sueños y su corazón lleno de esperanza. Un día, mientras paseaba por las calles adoquinadas de Roma, se encontró con un pequeño café en una esquina. Decidió entrar y pedir un capuchino. Mientras disfrutaba de su café, vio a una chica sentada en la mesa de al lado. Ella estaba leyendo un libro y tenía una sonrisa encantadora. Miguel se sintió atraído por ella de inmediato.
Reuniendo su valor, Miguel decidió acercarse a ella. Se presentó y comenzaron a hablar. La chica, llamada Isabella, era una estudiante de arte de Florencia. Compartieron historias, risas, e incluso sus sueños y miedos. Miguel se sintió conectado con Isabella de una manera que nunca había experimentado antes.
Los días pasaron y Miguel e Isabella se volvieron inseparables. Paseaban juntos por las calles de Roma, visitaban museos, y disfrutaban de la comida italiana. Con cada día que pasaba, Miguel se enamoraba más de Isabella.
Y así, Miguel, un chico que viajó a Italia, encontró algo más que hermosos paisajes y deliciosa comida. Encontró el amor en un pequeño café en Roma, en una chica llamada Isabella. Y a pesar de los desafíos y la distancia, encontraron una manera de estar juntos y vivir su amor.
Por Fran Marquez