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David y el Bullying

Se llamaba David, y tenía diez años. Era un niño tímido, inteligente y sensible. Le gustaba leer, dibujar y jugar al ajedrez. No tenía muchos amigos, solo uno, que se llamaba Luis. Luis era su mejor amigo, su único amigo. Luis era el único que lo entendía, que lo apoyaba, que lo defendía, porque David sufría bullying en la escuela.

Un grupo de niños se metía con él, lo insultaba, lo humillaba, lo golpeaba. Lo llamaban gafotas, empollón, rata de biblioteca. Le quitaban sus libros, sus lápices, su merienda. Le pegaban, le tiraban al suelo, le escupían.
David no contaba nada en casa. Tenía miedo de que sus padres se enfadaran, de que sus profesores lo castigaran, de que sus agresores lo amenazaran. Se callaba, se aguantaba, se resignaba. Se sentía solo, triste, asustado. Un día, Luis se mudó de ciudad. Su padre había encontrado un trabajo mejor, y se llevaron a toda la familia. David se quedó sin su mejor amigo, sin su único amigo. Se quedó solo, más solo que nunca.
El bullying se intensificó. El grupo de niños se ensañó con él, sin que nadie lo defendiera, sin que nadie lo ayudara. Lo acosaban, lo maltrataban, lo torturaban. Lo hacían llorar, lo hacían sufrir, lo hacían odiar.
David no aguantó más. Un día, se enfrentó a sus agresores. Les gritó, les plantó cara, les devolvió los golpes. Se armó una pelea, una gran pelea. Los profesores intervinieron, los separaron, los llevaron a dirección. David tuvo que contar todo lo que le pasaba, todo lo que le hacían, todo lo que sentía. Sus padres se enteraron, se preocuparon, se enfurecieron. Los padres de los agresores se enteraron, se excusaron, se justificaron. Los profesores se enteraron, se sorprendieron, se avergonzaron.
David fue a un psicólogo, que lo escuchó, que lo comprendió, que lo orientó. Le enseñó a expresar sus emociones, a mejorar su autoestima, a superar sus miedos. Le ayudó a sanar sus heridas, a recuperar su confianza, a rehacer su vida. David cambió de escuela, donde conoció a otros niños, que lo aceptaron, que lo respetaron, que lo quisieron. Hizo nuevos amigos, muchos amigos. Volvió a leer, a dibujar, a jugar al ajedrez. Volvió a sonreír, a disfrutar, a soñar.
David creció, se hizo mayor, se hizo hombre. Estudió, trabajó, triunfó. Se casó, tuvo hijos, fue feliz. Nunca olvidó lo que le pasó, lo que le hicieron, lo que sufrió. Pero tampoco olvidó lo que aprendió, lo que superó, lo que logró. David fue un niño que sufrió bullying en la escuela, él no contó nada en casa, pero con el tiempo se enfrentó a sus agresores y con ayuda de un profesional superó todo llegando a ser un hombre de bien.
Y ahora, David era un hombre de bien, que ayudaba a otros niños que sufrían bullying. Era un psicólogo, que los escuchaba, que los comprendía, que los orientaba. Les enseñaba a expresar sus emociones, a mejorar su autoestima, a superar sus miedos. Les ayudaba a sanar sus heridas, a recuperar su confianza, a rehacer su vida. David era feliz, y hacía felices a los demás. Era un ejemplo, una inspiración, una esperanza. Era un héroe, un amigo, un padre. Era un hombre de bien, que había superado el bullying, y que ahora lo combatía.
Por Fran Marquez

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