En un pequeño pueblo de Galicia, donde las casas parecen abrazarse unas a otras y las calles serpentean como ríos de piedra, vivía un hombre llamado Manuel. Manuel era un hombre sencillo, de pocas palabras y muchos pensamientos. Pasaba sus días trabajando la tierra, sus noches contemplando las estrellas y sus tardes en la taberna del pueblo, compartiendo historias y risas con los demás.
Un día, mientras trabajaba en su campo, Manuel encontró un objeto extraño. Era una pequeña caja de madera, cuidadosamente tallada y adornada con símbolos que no reconocía. Intrigado, la abrió y encontró dentro una pequeña piedra brillante. La piedra era de un color azul intenso, como el mar en un día despejado, y parecía emitir una luz propia.
Manuel se sintió atraído por la piedra. La llevó a casa y la colocó en un lugar de honor en su modesta vivienda. Cada noche, después de un largo día de trabajo, se sentaba a contemplarla, perdiéndose en su brillo azul.
La piedra parecía tener un efecto en Manuel. Comenzó a cambiar, a volverse más reservado. Pasaba menos tiempo en la taberna y más tiempo en casa, contemplando la piedra. Los aldeanos comenzaron a preocuparse por él, pero Manuel parecía ajeno a sus preocupaciones.
Un día, Manuel desapareció. Su casa estaba vacía, la piedra azul se había ido. Los aldeanos buscaron en el pueblo y en los campos cercanos, pero no había rastro de él. Manuel se había ido, dejando atrás solo preguntas y rumores.
El pueblo volvió a su rutina, pero la historia de Manuel y la piedra azul se convirtió en una leyenda. Se contaba en las noches de invierno, al calor de la lumbre, y se susurraba en las noches de verano, bajo el cielo estrellado. La historia de un hombre sencillo, una piedra misteriosa y un final desconocido.
Por Fran Marquez
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