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Un Padre que Añora a sus Hijos

 

En la vastedad de México, en una pequeña casa rodeada de cactus y marigolds, vive un hombre llamado José. Un padre que, a pesar de la distancia, lleva a sus hijos en su corazón cada día. Sus tres hijas y su hijo viven en Europa, lejos de su hogar, persiguiendo sus sueños y construyendo sus vidas.

José, con su sombrero de paja y su vieja guitarra, se sienta en su mecedora cada atardecer, mirando el horizonte, añorando las risas y las voces de sus hijos. Los echa de menos, más de lo que las palabras pueden expresar. Pero no tiene forma de estar con ellos, la distancia es demasiado grande, y el tiempo no perdona.

A veces, en las noches más tranquilas, cuando la luna brilla en el cielo estrellado, José toma su guitarra y toca las canciones que solía cantarles a sus hijos cuando eran pequeños. Las notas flotan en el aire, llevando consigo un mensaje silencioso de amor y añoranza.

Pero José guarda un deseo en su corazón, un deseo que no sabe cómo expresar. Quiere que sus hijos hablen más con él, que compartan sus vidas, sus alegrías y sus penas. Sabe que el día que él ya no esté, ellos lamentarán el tiempo que han perdido. Pero ¿cómo decirles esto sin parecer egoísta? ¿Cómo pedirles que hagan un hueco en sus ocupadas vidas para un viejo padre que vive al otro lado del mundo?

Cada cumpleaños de sus hijos es un día agridulce para José. En esos días, la casa parece más vacía, el silencio más ensordecedor. Se levanta temprano, como siempre, y se sienta en su mecedora con una taza de café caliente en sus manos arrugadas. Mira las fotos de sus hijos, ahora adultos, que adornan las paredes de su humilde hogar.

En cada cumpleaños, José tiene una tradición. Enciende una vela por cada uno de sus hijos y las coloca en la vieja mesa de madera en la sala de estar. Luego, en la quietud de su hogar, canta una canción de cumpleaños en voz baja, su voz temblorosa llenando la habitación vacía. Las palabras de la canción son un eco de los días pasados, un recordatorio de los momentos felices que compartieron juntos.

Después de la canción, José se sienta en silencio, observando las velas parpadeantes. Las lágrimas brotan de sus ojos, rodando por sus mejillas y cayendo en su camisa. Llora en silencio, su dolor escondido en la soledad de su hogar. No quiere que sus hijos sepan de su tristeza, no quiere ser una carga para ellos.

Pero a pesar de su dolor, José no pierde la esperanza. Sigue esperando, sigue soñando con el día en que sus hijos volverán a casa, aunque sea por un corto tiempo. Y mientras espera, sigue viviendo, sigue amando a sus hijos con todo su corazón.

Así es la vida de José, un padre que ama a sus hijos más allá de las palabras, más allá de la distancia. Su historia es un recordatorio de que el amor de un padre no conoce fronteras, no conoce límites. Y aunque el final de su historia aún no se ha escrito, una cosa es segura: José seguirá amando a sus hijos, sin importar lo que el futuro les depare.

Así que José sigue esperando, esperando una llamada, una carta, una señal de que sus hijos también lo echan de menos. Y mientras espera, sigue tocando su guitarra bajo la luna, enviando su amor a través de las notas que flotan en el viento.

El final de esta historia queda en el aire, como las notas de la guitarra de José. ¿Se volverán a ver? ¿Los hijos de José entenderán el valor del tiempo antes de que sea demasiado tarde? Eso, querido lector, es algo que solo el tiempo puede revelar.

Por Fran Marquez

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